Compartimos una nota del economista Juan José Llach, quien estuvo presente en el 1º Encuentro de Reflexión Argentina Visión 2020, analiza el contexto e imagina un escenario ideal para el año 2020.
1º de marzo de 2020. El afortunado Presidente reelecto anuncia metas sociales posibles de alcanzar a fin de año. Menos de un 5% de personas pobres y menos de 1% en situación de indigencia, señales valiosas pero insuficientes por medir sólo ingresos. El Presidente lo sabe y muestra metas, en franco avance, más cerca de los países desarrollados en nutrición y mortalidad infantil y con firmes progresos en graduación a tiempo en la enseñanza media como ya los hubo en comprensión lectora en la prueba PISA del 2019. Menciona el impacto positivo de políticas y programas de gobiernos anteriores, vigentes y mejorados, como el Remediar, el Nacer, la asignación por hijo y el Progresar.
Además de su valor en sí estos logros muestran un país renovado en construcción. Porque solo serían posibles con una política macroeconómica capaz de sostener un crecimiento del 5%/6%, una inflación cayendo año a año, con una meta del 5,5% para el 2020 y razonables equilibrios fiscales y de pagos externos. Y porque todo esto requeriría como piedra basal acuerdos político-sociales previos para estabilizar la economía y para manejar el otro probable gran problema del ministerio de Economía y del BCRA desde diciembre de 2015, la abundancia de dólares, que demandaría políticas fiscales sobrias y otras medidas para moderar la avalancha y una inconveniente apreciación cambiaria.
Aun así, estaríamos lejos de cantar victoria. Una cosa son las mieles de un gobierno nuevo con apoyo político y positivos impactos iniciales en la economía y en la sociedad y otra, más compleja, es una estrategia de desarrollo sostenible de la que carecemos hace ya muchas décadas. No lo fueron ni la industrialización sustitutiva de importaciones ni las dos aperturas posteriores. La primera tuvo la falencia de basar el desarrollo manufacturero, en buena medida, en la represión del agro y de otros sectores de recursos naturales. Las aperturas fracasaron por carecer de imprescindibles estrategias de reconversión, que intentaron reemplazarse, para reducir los costos del ajuste, con políticas súper expansivas que atrasaron el tipo de cambio y terminaron con crisis económica y alto costo social.
No serán sostenibles en el futuro caminos basados en que unos sectores económicos o sociales crezcan a expensas de marcadas limitaciones impuestas a los otros. Una estrategia alternativa deberá basarse, en cambio, en transformar unos recursos en otros en vez de sacarse recursos los unos a los otros. Su primer componente es la transformación de recursos naturales no renovables en recursos humanos, y en medida menor también en capital físico, sobre todo de infraestructuras, invirtiendo en las personas toda la renta fiscal originada en los primeros, al estilo de la ley votada en Brasil que asigna dicha renta en un 75% a la educación y en un 25% a la salud. La eficacia de esta política requeriría planes-programa de asignación de recursos, otorgando prioridad en el acceso a una educación, salud y nutrición de calidad a los sectores que hoy no cuentan con ella. Deberían incluirse allí objetivos como la universalización del acceso a los jardines maternales y la educación inicial; la jornada escolar doble o extendida para permitir a todos acceder a las tecnologías, la segunda lengua, la expresión artística y el deporte sistemático; universalizar el acceso y la graduación en una enseñanza media diversa, de calidad, con competencias laborales o la formación profesional; institutos terciarios jerarquizados; profundizar la mejora del desarrollo científico y tecnológico y hacerlo más cerca de la producción u otorgar parte relevante de las ayudas sociales con tarjetas de descuentos para la compra de alimentos nutritivos.