El sólido gabinete de Bachelet nos hace reflexionar una vez más sobre la profesionalidad de la dirigencia chilena y la coherencia y vocación por el desarrollo. Este país aspira a no ser más emergente en 2020.
Si bien se trata de una economía de menor tamaño el país que pretende y de hecho lleva hace años el liderazgo en Sudamérica no deja de sorprender por la capacidad de mantener un ritmo de crecimiento sostenido, habiendo dejado atrás una economía con mucha pobreza en los 70´s. El crecimiento fue muy fuerte en los 80 después de la crisis de la deuda (un ritmo de 6% anual). Entre 1990 y 2001 creció Chile al 4% anual promedio cuando Argentina y Brasil lo hicieron aproximadamente durante el mismo período al 2 % y 1.5% en promedio respectivamente. La larga expansión desde 1983 hasta 1998 que lo hizo merecedor del nombre de “tigre latinoamericano” fue interrumpida parcialmente por la crisis asiática que le impactó en forma sensible, dado que un tercio de su comercio se realiza con el área Pacífico. Cambió entonces de modo abrupto la cuenta corriente y el ritmo de crecimiento se redujo a una tasa de 1,5 % cuando la velocidad crucero de mediados de los ‘90 era de 7 %.
Chile es en la actualidad un país que no está ajeno a problemas. No funciona con piloto automático. Ha sufrido hace unos años una crisis eléctrica y ha superado la zona de riesgo por la escasez del abastecimiento de gas argentino. La sociedad sigue en cierta medida fragmentada en cuanto a la distribución del ingreso. El índice de Gini no cambió desde Pinochet aunque la situación es mucho mejor que hace 30 años cuando la tasa de mortalidad infantil era el triple que la actual que es de 10 por mil, inferior a la argentina, que está en 12 muertos por mil nacidos vivos antes del año.
Si bien como decíamos Chile es un país de tamaño pequeño al compararlo con Brasil, hace ya 25 años que los políticos sudamericanos lo miran como un norte de lo que podría hacerse, un benchmark con quien compararse. Chile invita a plasmar un proyecto país donde no se discutan las orientaciones básicas que constituyen genuinas políticas de Estado.
¿Dónde está el secreto de esta economía que desde la posguerra hasta 1983 tuvo tantos problemas o más que Argentina? Un indicador clave en Chile es la competitividad. Al seguir la evolución relativa en la carrera entre naciones en búsqueda de mayor competitividad lo que se observa es que Chile se ha separado en cuanto al indicador de riesgo país del pelotón latinoamericano. Es la señal de que en un conjunto de indicadores percibidos por empresarios como son tecnología, educación, mercado de trabajo, sistema financiero, apertura, entre otras y en base a datos duros de la macroeconomía Chile está en una posición que aventaja a nuestro país en 80 lugares o posiciones en el ranking del WEF, convencionalmente el más aceptado por la comunidad empresarial. Chile es 34 y Argentina 104 de 144 países en la muestra.
Al reflexionar sobre Argentina a partir del actual modelo chileno aparecen varios aspectos en común que son alentadores. En nuestro país se dio un crecimiento a ritmo sostenido entre 2003 y 2011. Las exportaciones a Asia están madurando. Existen negocios agroalimentarios con potencial de consolidación (recordemos las múltiples experiencias chilenas de desarrollo de sectores con base agroindustrial).
En cuanto a las diferencias en lo que se refiere a las cuentas nacionales la participación de las exportaciones en el producto es superior en Chile respecto a Argentina y lo mismo ocurre en la tasa de inversión que está en 23 % frente a nuestro 20%. Son dos variables, inversión y exportaciones, que le dan sustento al crecimiento. Existe superávit fiscal en Chile y régimen de tipo de cambio flotante con política monetaria activa habiendo adoptado el régimen de metas de inflación. Las empresas chilenas se han caracterizado a lo largo de estos años por altas tasas de productividad que explican entre otras cuestiones, porque con alto crecimiento sigue habiendo todavía un desempleo no despreciable. Por otra parte, a diferencia del caso argentino, la participación de las firmas chilenas de propiedad nacional en el producto ha crecido incluso con empresas estatales que gestionan recursos estratégicos como el cobre y el petróleo.
En la comparación de Argentina con Chile parecería que también está pendiente profundizar sobre todo en los aspectos institucionales. Los partidos políticos chilenos funcionan con mayor madurez. En cuanto al sistema educativo la escolaridad media ha aumentado. Un país pequeño con un PIB inferior al de Minas Gerais pero pujante y coherente que en un momento donde lo que se impone es pensar a largo plazo, ante el fin del ciclo kirchnerista, nos puede servir para que los dirigentes actuales o futuros de Argentina se inspiren para hacerlo mejor.