No es posible cambiar al país de un día para el otro. Como lo marca la tendencia, el “pueblo” se empieza a poner más exigente en el tercer año de cualquier gobierno y los problemas pasan a ser todos por culpa del gobierno que está. Pero si yo hoy estoy gordo, no es por lo que comí ayer únicamente, sino por la forma en que me vengo alimentando en los últimos años.
La esperanza del primer año pareciera que fue mutando a la tolerancia que reinó en el segundo… y ahora esa tolerancia pareciera que se va transformando en incertidumbre.
En este sentido, pese a que la preocupación y la impaciencia por ver resultados en el corto plazo empiezan a colarse en la mayoría de los Argentinos, tal vez debamos ser más comprensibles y menos ansiosos. Las políticas gradualistas, lógicamente, implican resultados también graduales y progresivos.
Por otro lado, uno muchas veces hace lo que puede con lo que tiene, antes que lo que uno quisiera o desearía. Debemos a la vez mirar con las luces altas hacia adelante, es la única manera de avanzar con seguridad, y no ya con el espejo retrovisor. Con pequeños pasos, pero siempre hacia adelante. El pasado es historia, ningún tipo de influencia podemos ejercer ya sobre él. El foco está adelante, pero sí capitalizando las experiencias vividas y evitando las situaciones viciosas para darle lugar a circunstancias virtuosas.
El 2017 nos dejó una economía recobrada de los vaivenes de los últimos años y recuperando la caída registrada en 2016. Ahora, el desafío es iniciar y consolidar el crecimiento en 2018, lo que requiere de mayores esfuerzos de inversión.
La buena noticia es la recuperación económica de Brasil que empujará la economía de Argentina, especialmente la industria automotriz y en particular la producción de pick ups.
La mala noticia está en la sequía. No está claro si tendrá un efecto importante sobre la cosecha, aunque en gran medida las pérdidas se compensan con mayores precios de cultivos por la menor oferta disponible.
Cada vez más sectores productivos muestran signos de mejora pero aún quedan muchos sectores rezagados. La construcción, automotrices, siderurgia, carnes y energías renovables ofrecen oportunidades muy interesantes.
Es aventurado arrojar estimaciones de crecimiento de la actividad económica para el 2018, pero podría resultar en torno al 2,5 o 3 % anual. Independientemente de cual sea el número final, hace muchos años que Argentina no se planteaba cambios tan de fondo y profundos. Y todos, desde el lugar que le toque a cada uno, tenemos que mirar hacia adelante y apuntar a crecer de manera constante y sostenida con una mirada de largo plazo, evitando así los serruchos cortoplacistas con épocas de progreso seguidas de caídas.
Como Argentinos, con todos los recursos agroecológicos de los que gozamos, con la enorme extensión de superficie, con las ventajas comparativas que poseemos, tenemos la obligación de generar una economía más sólida, previsible, y un crecimiento sostenido que permita reducir las desigualdades sociales.
Así, resulta fundamental un Estado que fomente la inversión y las políticas que incrementen la productividad. La competitividad va a venir de la mano de la inversión, de mejorar la productividad y de la excelencia operativa.
Más allá de la ansiedad que todos tenemos y que comentamos al principio, de todos los problemas que tiene Argentina y que va a costar un rato largo resolverlos, este es el principal desafío que tenemos para seguir construyendo la Argentina que queremos. De cada uno de nosotros depende.