Muchas veces como individuos nos preguntamos “¿Cómo hacer para que los demás reconozcan nuestras habilidades y nuestro potencial?” o bien, “¿Qué actitudes debemos tomar, para que lo que hagamos no sea algo meramente bueno, sino algo distinguible, único y de lo mejor?”
El cómo diferenciar lo que hacemos, va a ser la cuestión en la que nos centraremos hoy. Está claro que es un planteo que no se resuelve de un día para el otro; no presenta una solución inmediata. Requiere de mucha preparación pero por sobre todas las cosas, de la actitud con la que se enfrenta el día a día. Cuidado; parece sencillo citar a Fito Paez y al gran Robin Williams en “La Sociedad de los Poetas Muertos” pero la realidad nos demuestra muchas veces que si bien citamos, no cumplimos. Está claro que en varias ocasiones nos limitamos a hacer simplemente lo que nos corresponde “para cumplir”, sin dejar todo en la cancha y dedicarnos al 100%.
Como argentinos, muchas veces debatimos si el “ser un distinto” es una cuestión con la que se “nace” o bien, se “hace con el tiempo”. Es cierto que algunas personas nacen con más facilidades que otras para ciertas cosas; de esto nadie tiene dudas. Esta cuestión es similar a afirmar que el más apto es quien triunfa… Un tema muy tratado por sociólogos en el Siglo XIX. Imaginemos por un segundo que aceptamos esta afirmación en el mundo de hoy: No quedaría otra opción que resignarnos, si no pertenecemos a ese pequeño grupo de “aptos”.
Creo que está más que demostrado que la afirmación no aplica para nosotros los humanos; el camino hacia la distinción y la auto-superación se hace con esfuerzo y dedicación; es sin duda producto del trabajo y la actitud. El “cómo llegar”, no está decretado por una Ley o una receta; pero sí podemos encontrar algunas actitudes claves que pueden marcar nuestra ruta.
Hoy en día, a muchos nos cuesta aceptar los errores. Amamos tener siempre la razón y no cometer equivocaciones. Ahora bien, si uno busca diferenciarse, está más que claro que tenemos que “bajarnos del caballo” en este tema y admitir que ninguno de nosotros es perfecto. Si se comete una equivocación, lo mejor que podemos hacer (aunque sea difícil) es admitirla. Quienes triunfan se destacan por su humildad; reconocen rápidamente sus traspiés y siguen adelante.
De la mano de la autocrítica recién planteada, sin dudas está el tema de los objetivos y el esfuerzo. Establecer objetivos claros (no tienen que ser necesariamente ambiciosos) sin duda nos imprime una cuota de motivación, lo que lleva directamente a redoblar nuestros esfuerzos y ¿Quién ha logrado algo sin esfuerzo alguno?. En la búsqueda de ese objetivo, siempre tropezaremos más o menos veces. Aquí van a entrar en juego la motivación y el esfuerzo, los inyectores protagonistas de nuestras ganas de no abandonar y seguir adelante.
Es indispensable que no nos limitemos a esperar a ver qué opciones tenemos, para elegir una que nos permita acomodarnos mejor. “Media pila muchachos”, se dice mucho en nuestro país; creo que esta frase aplica como un resumen de todo lo que estuvimos hablando. Llegó la hora de tomar la iniciativa. No hay mayor satisfacción que lograr nuestros objetivos, con esfuerzo y dedicación, constancia y trabajo, siempre aprendiendo de nuestros errores para alcanzar así la auto-superación.